Un océano de agua y de tiempo de por medio, las damas sudamericanas también fueron devotas tanto de las trenzas como del cotilleo capilar. A diferencia de las mujeres del pueblo que trenzaban su pelo más por comodidad que por coquetería, las señoras elegantes de hace tres siglos se desvivían por tejer sobre sus testas complejas
urdimbres de pelo, adornos y lazos que las distinguieran del resto.
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